Juan Gabriel Vásquez: Con un pie en el barro de la historia

Hay tres obsesiones en las novelas de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá 1973): explorar la manera en que las decisiones políticas influyen en la vida íntima de las personas; sobrevivir a la fragilidad de la memoria propia y soportar el peso del pasado.

En Las Reputaciones, el autor colombiano le da forma a Javier Mallarino, un caricaturista que cambia el destino de quienes apunta y, además de provocar reflexiones y risa sobre el papel, genera temor, un resquemor que para los poderosos debe ser como la sarna: cuando alguien se cree incuestionable, en su trono, nada debe amedrentarlo más que la burla de quienes creía sus súbditos.

Antes de llegar a la III Feria del Libro de Guayaquil, antes del terremoto en México y la alerta de tsunami en las costas americanas del Pacífico, Vásquez contesta el teléfono en Bogotá, al norte de la ciudad, donde reside y empieza a recordar los motivos de su ficción, sus razones que también explican la realidad o, al menos, plantean preguntas. Vásquez escribe «con un pie en el barro» de la historia. Maestro de la hibridación, sostiene que su compromiso literario no se despega de lo real.

Escribió columnas durante siete años seguidos y una de estas, publicada en El Espectador, aparece en su última novela, La forma de las ruinas. ¿Qué responsabilidad asume cuando opina?

En mi vida como columnista, me di cuenta de que hay periodistas que son muy seguidos, respetados y temidos. Tanto que son atacados, perseguidos, calumniados por los poderosos. He crecido rodeado de estas figuras, las he visto de cerca.

He escrito muchos artículos defendiendo el proceso de paz en Colombia, por ejemplo, también dando cuenta de sus problemas y carencias, denunciando la campaña inverosímil de mentiras y distorsiones que han llevado a cabo los opositores al acuerdo, sobre todo, desde la derecha política. Pero aparte de esas columnas no he escrito nada sobre el posconflicto, en ficción, me refiero.

En Las reputaciones retrata a un caricaturista con enorme poder. ¿Qué motivó ese escenario, el de un periodista capaz de influir en el destino de un país?

La novela está basada, en parte, en algunos caricaturistas colombianos que tienen un grado de influencia muy fuerte en el mundo político porque son respetados y temidos, de alguna manera. Uno de ellos, probablemente el origen remoto de la novela, es Ricardo Rendón (1894-1931) que trabajó en los años veinte y fue un hombre muy temido por la clase política.

¿El proceso de paz en Colombia deja espacio para la imaginación o apenas se está asimilando?

El éxito del posconflicto —todo lo que viene a partir de la firma de la paz y que no fue el final de nada sino un comienzo— depende de que los colombianos sepamos contarnos historias que iluminen lo que ha pasado en estos últimos cincuenta años, historias que sean capaces de dar todas las versiones.

Contar historias, ya sea desde la literatura, el periodismo o cualquier otro medio, va a ser esencial para entender lo que ha pasado realmente y para que sigamos adelante.

Colombia pasó de padecer el terror del más grande capo del narcotráfico a la expectativa creciente de los tratados de paz. ¿Cuánto ha cambiado el periodismo en esta época?

Ha habido cambios en la naturaleza del oficio, en la relación entre los periodistas y el poder. El periodismo colombiano siempre ha jugado un papel muy grande en la discusión de lo que nos está pasando como país. De la década de los ochenta, recuerdo grandes crónicas sobre el narcotráfico y a grandes periodistas que murieron por eso, por hablar de lo que estaba sucediendo con el narcoterrorismo y con los carteles de la droga.

Hoy no creo que se pueda decir nada distinto si no es que los periodistas han redoblado su esfuerzo por comentar la realidad, levantarle la voz al poder, de alguna manera. Ahora hay muchos más medios, muy valientes en Internet, un fenómeno con el que no me llevo muy bien, pero cuyas virtudes entiendo. Así con las redes sociales y demás.

Tristemente, Colombia ha puesto a muchos periodistas en la lista de las víctimas de la violencia en Latinoamérica, admiro a esos periodistas colombianos que se han enfrentado con fuerzas que son muy violentas en mi país, que han alzado la voz en los momentos necesarios, muchos de ellos han pagado por eso.

¿Qué papel juega en Latinoamérica el populismo?, ¿es ineludible a la hora de conseguir votos?

La historia colombiana está llena de presidentes mediocres, corruptos o elitistas, incompetentes, pero no todos han sido populistas. Colombia tiene una larga tradición de presidentes que no podríamos clasificar dentro de eso que hoy llamamos populismo y que vive un momento inédito debido a las redes sociales y las comunicaciones.

Se puede tener un presidente que no sea populista. Los ciudadanos y el buen periodismo tenemos una gran responsabilidad en la creación de las circunstancias de debate, de la escena pública que permitan el surgimiento de modelos políticos que rechacen el populismo y, de paso, sean capaces de convencer al electorado.

¿Se está dejando atrás el realismo mágico y a su máximo referente en la narrativa colombiana?

El realismo mágico fue un lente a través del cual explorar la realidad latinoamericana de una manera inédita y llegar a lugares de esta que no fueron explorados antes, pero esa novedad se agota con el tiempo.

Las novelas de Gabriel García Márquez seguirán siendo grandes novelas, pero eso que llamamos realismo mágico, como manera de ver el mundo, es irrepetible. Lo que ha sucedido es que los mejores escritores colombianos se han dado cuenta de eso desde hace mucho tiempo. Admirando a García Márquez como lectores, al virtuosismo de sus obras literarias, han sabido que ese camino está agotado.

Ningún escritor colombiano con dos dedos de frente intentaría seguir realidad con las herramientas del realismo mágico, pero ninguno tampoco negaría las puertas y oportunidades maravillosas que nos deja el hecho de que nuestra tradición lo haya tenido.

Ha dicho que la historia de Colombia es muy poco noble, pero da para muchas obras, tragedias, como las de Shakespeare. ¿Es eso una paradoja?

Las tragedias de Shakespeare son una herramienta para entender cualquier momento y lugar, por eso tiene el estatus que tienen, para mí, en la manera de tratar mis obsesiones, en la formación literaria.

En esos tres libros: Obras completas, de William Shakespeare; en El Quijote cervantino y en los Ensayos de Montaigne encuentro que hay todo lo que alguien necesitaría para entender lo que somos. Y el balance de lo que somos es muy triste, eso lo confirma la historia colombiana, que ha sido de mezquindad, egoísmo, violencia e intolerancia siempre.